sábado, 8 de septiembre de 2007

Epílogo.

Epílogo.

¿Cuál es el camino para encontrarse a sí mismo?

¿Como podemos alcanzar la felicidad?

Preguntas difíciles de responder.

Lo que sí podemos decir es que, hay tantos caminos y preguntas, como seres humanos habiten este planeta.

Cada uno de nosotros tendrá que encontrar las respuestas correctas; cada uno tendrá que encontrar su propio camino, porque cada uno es feliz a su manera.

Algo así como “Siddhartha” de Hermann Hesse, que se convirtió en Samana, para poder encontrarse a sí mismo.

Lo que sí sabemos, es que no existe sólo un camino para encontrarse a sí mismo, existen muchos; cada uno de los cuales es como un laberinto en el que quedaremos atrapados hasta que nosotros mismos encontremos el camino de salida.

Muchos que intentan encontrar su camino morirán en el intento, otros se perderán, otros más sentirán que lo han encontrado, algunos se sentirán atrapados y, emprenderán el camino de retorno.

Algunos lograran regresar, otros no.

Los más hábiles e inteligentes sabrán encontrar el camino de regreso, simplemente tendrán que salir por donde entraron.

Es como caminar en círculos, recordando el círculo hermenéutico de Gadamer.

Muchos no se enfrentaran con círculos, sino con espirales, de donde, aunque se pierdan en el camino, alcanzaran estadios mayores. La vida es un constante aprendizaje, siempre nos enseña cuando es tiempo de pasar a una nueva etapa o de emprender un nuevo camino.“Siddhartha” emprendió caminos para alejarse de su “yo”, creyó perderlo en el sendero del dolor, imponiéndose sufrimientos que lograba dominar: hambre, sed, fatiga.

Cuando tienes privaciones aprendes a valorar, eso nadie lo podrá negar. Pero una cosa es imponérselas y otra es padecerlas por necesidad.

Algunos regímenes te las imponen como una forma de adiestramiento y formación del carácter, como una forma de sobrevivencia aún padeciendo, hambre, sed, fatiga y dolor.

Te llevan de la mano para que te despersonalices y te desincorpores de tus sentidos y de tu cuerpo, te enseñan a soportar, pero no te enseñan quien eres.

A aquellos que sufren carencias por necesidad, también aprenden a aguantar el hambre, la sed y el sufrimiento; aprenden a valorar, porque les cuesta vivir, pero nadie les enseña a conocerse a sí mismos.

Esa es una tarea interior, es una tarea de cada uno de nosotros, en donde nadie nos puede enseñar.

Aunque muchos emprendiéramos el mismo camino para lograrlo, muchos tomaremos senderos diferentes, según el temperamento, estado de ánimo y virtuosismo de cada individuo.

El estar en el mundo ya implica un logro, muchos ni siquiera nacieron para darse cuenta de ello. Por ello nosotros que sí tuvimos la suerte de haber sido concebidos, necesitaremos de fuerza y de paz interior para contrarrestar los efectos que conllevamos.

Venimos a este mundo a sufrir, tenemos que procurarnos vestido y sustento y eso, en los tiempos actuales no es tan sencillo.

Es cierto que la naturaleza te ofrece todo para que puedas vivir y sobrevivir, pero son pocos los que saben entenderlo.

Muchos nos contentamos con ser el rebaño del otro, a ser parte de la borregada, de la multitud y de la masa.

Nunca podremos abandonar nuestro yo, porque siempre estará con nosotros.

Hay que aprender a vivir solos, porque solos moriremos.

Cuando nos pasa alguna eventualidad, algún accidente, nos refugiamos en nosotros mismos, en nuestra soledad, en nuestras reflexiones; sentimos que nos vamos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos. Los agudizamos y empezamos a sentir y a vivir; empezamos a sentir, por ejemplo: al aire, lo podemos oír, lo podemos, inclusive, ver. Vemos y oímos el canto del aire, de la naturaleza, de los pájaros, del arroyo, del río; percibimos el olor de las flores, de la vida, somos uno con nosotros mismos; aquí no existen padres, hermanos, ni hijos. Solamente existen la madre naturaleza y nosotros mismos.

Es cuando empezamos a sentir y a vivir, empezamos a oír, oler, tocar, ver lo que siempre había estado ahí, pero que nunca habíamos oído, ni sentido, ni tocado, ni oído, ni visto. Ahora lo percibimos, con ayuda del espíritu, con la ayuda de nosotros mismos.

En este preciso momento del despertar poco importan los hábitos, las costumbres, los conocimientos, poco importa el amor, o la razón.

El más irrazonable, el más sabio, el más tonto, el más común de los mortales puede trascender y empezar a vivir, puede empezar a darse cuenta de sí mismo, para no pasarse la vida diciendo: si lo hubiera hecho.., que haría si..., sí yo tuviera tu edad..., si tuviera..., por eso:
¿Qué harías si cada vez que te enamoraras tuvieras que decir adiós? ¿Qué harías si cada ves que quisieras a alguien nunca estuviera ahí? ¿Qué harías si tu mejor amigo muriera mañana y no pudieras decirle cuanto lo sientes? ¿Qué harías si amaras a alguien mas que nunca y no pudieras tenerlo? Alguna gente quiere, y alguna gente muere. Pero quiero decirte que te quiero, y que eres un verdadero amigo. Si muriera mañana, estarías en mi corazón. ¿Estaría yo en el tuyo?

Podemos amar, pero también podemos odiar.

Odiamos incluso a padres e hijos, que no podamos odiarnos a nosotros mismos. Diriase que la vida es fácil, pero llena de obstáculos. Para ser felices necesitamos: comida, vestido, dinero, placer.

Necesitamos sentir orgullo, vanidad, egoísmo, depresión, miedo. Necesitamos trascenderlo, necesitamos determinación, voluntad, deseo, ganas de vivir, ganas de sentir; necesitamos de paciencia, de voluntad de ser y de sentir, voluntad de vivir y ser felices, no por necesidad sino por felicidad.

Despreocupémonos de las perdidas y de los fracasos, aprendamos de ellos; hagámoslo mejor la próxima vez y, sí la próxima vez también fracasamos, entonces que sea doble diversión, dos, tres, cuatro veces, que importa: “no hay mal que por bien no venga”.

El éxito está próximo y eso, es lo importante. Aprendamos del fracaso, del cambio, porqué aunque suene paradójico, es lo que nos lleva al éxito, a la felicidad. No nos desanimemos.

Recordemos que cada ser humano tiene dos vidas. Una interior y otra exterior.

La exterior es mera apariencia, la interior es la que vale.

Cuando el interior es lastimado, sufrimos.

Cuando es el exterior, sentimos ira, sentimos rabia. Sentimos un desapego de nosotros mismos.

Por eso necesitamos aprender a fundir el uno con lo otro. Cuando logremos hacerlo encontraremos paz y tranquilidad. Empezaremos a ser uno, empezaremos a ser nosotros mismos.

Y sí no logramos fundir espíritu y realidad, hagamos como en el budismo, que no nos de dolor desapegarnos de las cosas que nos hagan daño, no tengamos ataduras con bienes o personas, a nuestros amigos, hermanos, padres, hijos, al dinero, al poder, al status social.

Esta es una condición que debemos buscar y realizar a lo largo de nuestra existencia, estar más allá del bien y del mal, sólo así viviremos y moriremos felices.

Existen discrepancias entre las muchas religiones existentes hoy en día, ajustémonos entonces a la que mejor nos acomode, encasillémonos en forma fundamentalista, desaparezcamos el dolor que nos causan nuestras ataduras y liberemos nuestra fe, vivamos de forma imperturbable, hasta el día que se nos pruebe lo contrario.

Cristianismo acto de fe, budismo virtud y cesamiento del dolor.

¿Que importa ya?

Lo que importa es reconocer que nuestra existencia, sirve solamente para lo inmaterial, porque lo material no nos lo podremos llevar.

Lo que importa en este final, es reconocer que nuestro yo no tiene una existencia propia, porque:

Lo que importa es la esencia de tu ser.

Lo que importa es ser feliz, no porque lo hayamos prometido a Don Sebastián segundos antes de morir, sino porque...,

Nos lo merecemos.

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