sábado, 8 de septiembre de 2007

Alicia Chantal.

Alicia Chantal.



Por eso, Miguel Ángel, no seas estúpido, vive y sé feliz.

Esto fue lo último que alcanzo a decir Don Sebastián, esas fueron sus últimas palabras, antes de morir.

Yo simplemente le dije, aunque él ya no me escuchara:

Se lo prometo.

Así es, prometí algo, vivir y ser feliz.

Pero, ¿Cómo hacerlo?

¿Tenemos las herramientas para ello?

Bueno, al menos tenemos vida y eso ya es mucho.

Sabemos que mañana saldrá el sol.

Una verdad hasta ahora conocida. Irrefutable se diría.

La vida se puede terminar en un segundo. Todos lo sabemos, pero sabemos que no sólo puede terminar la vida biológica, sino también la espiritual, la moral, la que nos gusta vivir, la que añoramos, con la que nos sentimos a gusto, morimos aunque no morimos.

Un acontecimiento natural o provocado puede debilitarnos hasta querer desear la muerte misma.

Cuando muere un ser querido, ese acontecimiento puede lograr que nos derrumbemos, puede debilitar nuestras ansias de vivir, incluso la ciencia médica no podría hacer nada por nosotros:

Un ejemplo puede ilustrarnos:

Un día una madre, al recoger a su hija de la escuela, se le vino a la memoria que olvidó recoger también la lonchera de su hija en la misma escuela, viró, detuvo el automóvil frente al colegio, salió de él y corrió por la lonchera, no se percató que el carro empezó a moverse por no haber puesto el freno, cuando se percató, corrió tras él, pero el automóvil cobró tal velocidad que fue imposible detenerlo, el auto chocó, perdiendo instantáneamente la vida, el ser más querido; su hija había muerto en tan sólo unos segundos.

Las consecuencias: Se encontró con el rechazo de su propia familia, el esposo le reclamaba por qué había olvidado poner el freno de mano, por qué había tenido que volver por una simple lonchera (ella misma se había hecho las mismas preguntas, sin haberlas podido contestar hasta el momento. Maldita lonchera, maldito olvido de mi esposa, maldita sea la vida.

Un matrimonio destruido, una vida terminada, la falta de ganas de vivir, el rencor con el que se viviría toda la vida.

A todos nos puede pasar, pero a nadie queremos que nos pase.

Empezamos a familiarizarnos con la idea de la muerte, esperándola siempre, hasta que caemos en la cuenta que, esa idea no nos deja vivir; vivimos con angustia, ésta no puede evitarse las más de las veces, por eso debemos de intentar vivir sin amarguras ni prisiones.

Existen muchas costumbres, hábitos, vidas, incluso verdades contrarias, como las costumbres de dos comunidades, de dos amigos, dos hermanos, dos pueblos, son modos de vivir y de pensar opuestos, es entonces cuando caemos en la cuenta de que no existen las verdades absolutas, sino sólo verdades para el propio Ser, como decía Descartes.

Dos modos de pensar diferentes, como en el matrimonio, de ahí el fracaso de muchos, querer que el otro haga lo que uno piensa, se vive así mucho tiempo, cediendo y retrocediendo bajo la voluntad de sólo uno de los cónyuges, sin importar la voluntad del otro, hasta que el cobarde parece asomar la cabeza, entonces el valiente vive hasta que el cobarde quiere, y empiezan los conflictos matrimoniales.

¿Por qué no aceptar la individualidad del otro?

¿Por qué no aceptar que no existen las almas gemelas?

¿Por qué no darnos cuenta, que no es con el otro con el que hay que luchar, sino con nosotros mismos?

No es esta la forma de ganar. ¿A ver quien tiene el mejor argumento? No es la argumentación lúcida contra los errores que cometemos, sino el método de hacerlo, la forma de razonar, pero nos olvidamos de ello.

Tenemos una vida mecanizada -pensé: Nos acostumbramos a un modo de vida impuesto por el tipo de sociedad en la que vivimos, cumplimos con costumbres adquiridas o heredadas, de acuerdo al tipo de socialización aprendido o impuesto, ya sea por simple conveniencia o sobrevivencia. Después de todo, salir adelante implica un esfuerzo diario que a todos compete, desafortunadamente, las más de las veces, éste esfuerzo pasa desapercibido para la gran mayoría de los intervinientes, por lo que la costumbre social, se impregna de una normalización comúnmente aceptada.

- ¿Por qué estaré pensando todo esto?

-Yo sabia por qué, tenía que vivir y tratar de ser feliz, lo había prometido a Don Sebastián.

Venía yo caminando por el Paseo de la Reforma, una avenida majestuosa de la ciudad de México, creada desde la época de Porfirio Díaz. Cómo pasan los años -pensé- me estaba volviendo viejo, al diablo todo esto, si la vida comienza a los cuarenta, al menos eso dicen.

Siempre me había considerado una persona normal, con sube y bajas en la vida, con problemas al igual que la mayoría de la gente, me sentía como parte del conglomerado social, parte de la masa, uno más, uno que hace las delicias de cualquier caricatura de Quino. Mi tamaño y complexión, eran normales, de aspecto delgado y sano, tengo una intuición demasiado alta para muchos aspectos, como los negocios, el aspecto profesional, soy abogado y me considero entre los mejores, con mucha facilidad de palabra, tal vez un poco huraño, pocas veces introvertido, más bien reservado, tengo un marcado afecto por lo material, tal vez se deba a las muchas carencias que paso uno de pequeño, sin embargo el dinero me gusta, aunque, ahora ya más por necesidad, el ser cabeza de familia sale muy caro, tengo un gusto que se me ha ido refinando con el tiempo, vivo de manera modesta, me gustaría una casa más pequeña, pero con un inmenso jardín, donde pueda dar rienda suelta al pensamiento, tengo una inclinación carente de prejuicios religiosos, soy católico y cada vez lo soy más, soy respetuoso con las autoridades, Dios me impone y por eso lo respeto.

He sido litigante, investigador, servidor público, socio fundador de un despacho jurídico, y ahora ya no me dedico a ser abogado, establecí mi propio negocio comercial, me canse de estar cambiando constantemente, me canse de la inseguridad laboral, en donde a cada rato de corren, te liquidan, o te cambian porque hay que acomodar al amigo del jefe. Me encanta la vida académica, si no pagaran tal mal, ahí hubiera seguido trabajando, bueno tal vez, quizás la realidad es que no tenga una profunda vocación y, me guste más la tranquilidad económica; estoy marcado por mis carencias, y aunque tal vez ello, sólo sea un pretexto, me gusta utilizarlo para escalar siempre un poco más.

Me gusta realizar todo tipo de negocios, ya lo dije tengo una cierta habilidad para hacerlo y, aunque muchos a la vista de muchos, pudieran parecer de carácter dudoso, siempre los hago hasta el límite del respeto a la legalidad, hay que saber hasta donde puedes llegar sin meterte en problemas, finalmente soy abogado y esas cosas debo de conocerlas, aunque tal vez, juegue un poco con ellas.

Suelo emborracharme muchas veces, argumentado ver a los amigos, o que lo necesito para tirar un poco el estrés habitual de la semana o, del día.

No he aprendido a ser humilde y sencillo, desprecio y califico como de poco carácter y visión a los que se quedan en el camino, a los conformistas, a los no luchadores, a los que sólo alcanzan puestos infímes, los pobres, por supuesto no están dentro de mi corazón, aunque últimamente reconozca que yo soy más pobre que muchos de ellos.

Soy como muchos, lo reconozco aunque no me guste, no sé que hacer para salir del vulgo, para empezar tengo que comenzar por saber quien soy y hacía donde me dirijo, eso de, de donde vengo, se lo dejamos a Jostein Gaarder y su libro “El mundo de Sofía” en donde relata de forma amena las diversas corrientes del pensamiento de la Historia de la Filosofía.

Para empezar tengo que desprenderme de ciertas superficialidades que inundan a mi espíritu, por que hasta la fecha, aun cuando cambie de domicilio, grite, brinque, salga en sociales, o hasta cambie de nombre, nadie lo notaría, tal vez ni mi mas cercanos amigos

Aunque no soy tan minúsculo e inapreciable, como parece, me salvan mi esposa y mis hijos, ellos que si que son grandes y maravillosos, la belleza interior y exterior de mi esposa, aunada a su gran calidad humana, han hecho que mis hijos sean unos niños diferentes a muchos, al menos así lo veo yo.

Bueno, de todas formas la vida es así.

Traté de pensar en otras cosas, después de todo la vida se compone de cosas importantes, trabajar, cumplir con nuestros deberes de esposo de padre, de ciudadano ejemplar.

¡Qué calor estaba haciendo!

Así que dirigí a un estanquillo y pedí un refresco, en verdad estaba acalorado, por lo que opté por sentarme en una banca, de esas que se encuentran por todo el Paseo de la Reforma. Al ver una de esas estatuas que se encuentran a todo lo largo de esa gran avenida, una de un militar uniformado, se me vino a la memoria cuando ingresé al Colegio Militar, tenía entonces quince años y me decidí porque, aún cuando no era un mal estudiante, mis estudios habían dejado mucho que desear, y yo sabía que en ese lugar aunque fuera a golpes tenía que aprender, y así lo hice, a golpes aprendí y me forme un carácter del que muchos años estuve orgulloso.

Quizás por eso y por el trascurso del tiempo, ahora comprendo porqué desde ese tiempo he sido poco sensible ante los problemas que suceden a mi alrededor, como los doctores que son insensibles al dolor, yo también lo era y lo sigo siendo. Cuando te hacían novatadas y te golpeaban, a veces hasta el límite de la resistencia de cualquier ser humano, uno tenía que aguantar porque si no te iba peor, los cadetes de años superiores, se ensañaban y hacían lo mismo que lo que les habían hecho a ellos, era una tradición y un Código de Honor.

Desde ahí aprendí a ser insensible y tal vez no por que lo hubiera querido, sino porque mi cuerpo se descorporeizaba de mi yo, de mi espíritu y de mi conciencia, como un fenómeno funcional que invertía la realidad a fin de no verla y de no sentirla, y dejaba que el que sufriera, el que recibiera todos los golpes fuera sólo mi cuerpo.

Aprendí a controlar mis emociones, mi angustia y desesperación. Había que formar hombres, nos decían, y nos inculcaban valores tales como, el amor a la patria, la lealtad, la disciplina, el honor, la dignidad, el amor a México y a sus instituciones. Es una práctica social fuertemente arraigada por los detentadores del poder, crear un régimen disciplinario que produzca cuerpos dóciles, como dijera Foucault

¡Qué porquería, ahora pienso! Sin embargo, no dejo de reconocer que ese carácter duro que le forman a uno resulta a veces necesario a la hora de enfrentarse a situaciones peligrosas, como a las que se enfrenta un militar a la hora de cumplir con una comisión. El soldado se enfrenta, por ejemplo, con el narcotráfico, no en las calles, sino en los lugares donde se produce, en la sierra, en los laboratorios; el poder se enfrenta con el poder mismo, y para ello se requiere valor.

Muchos de mis compañeros están muertos, -pensé.

¡Qué difícil fue nuestra formación militar, qué difícil haber aguantado tantas vejaciones y tantos golpes, amén de haber cumplido con jornadas de trabajo extenuantes, con la disciplina militar tan rigurosa, con la academia,, las maniobras y simulacros de guerra, algunas de las veces hasta con fuego real. Era casi imposible de creer que nos habíamos graduado, imposible porque muchos no lo habían logrado. Ahora pienso, y en verdad hasta se me pone la carne de gallina, como por ahí se dice, que difícil fue haberlo hecho y pensar que tan sólo de mi generación ya hay muchos muertos, ello sin contar a otras generaciones de graduados.

Los anuarios se van llenando de cruces. Qué dolor y qué impotencia, una vida difícilmente lograda puede acabarse en tan solo unos segundos.

¿Cuánto vale la vida?

¿A qué costo adquirimos ese sentimiento de invulnerabilidad que nos hacía sentirnos indestructibles?

En un universo contra fáctico, posiblemente la realidad nos hubiera hecho sensibles y cautelosos y nos hubiera hecho despojarnos de nuestra supuesta invulnerabilidad. Ahora me pregunto ¿Cuántos lograron hacerlo y cuántos no?

Respiré profundamente, cuántos recuerdos se agolpaban en mi mente. Soy muy afortunado, pensé, quizás yo era uno de los que sí lograron hacerlo, a mí me formaron un carácter fuerte dentro de la disciplina militar, pero hay muchos otros que aún siendo civiles o militares, no tienen esa fortaleza para enfrentar a la vida; pero por lo pronto tenía que reanudar mi marcha, porque el cielo empezaba a obscurecer y un aire húmedo se empezaba a notar, ¡Ojalá que no llueva! No traía paraguas, y por lo regular cuando uno no lo trae empieza a llover. Que calamidad, me hubiera quedado callado, una ligera llovizna hizo su aparición.

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