sábado, 8 de septiembre de 2007

Paradojas.


El retrato psicológico que se traza es el que las personas emergen de estas experiencias con un mayor aprecio a la vida, que con frecuencia adopta la forma, no sólo de una actitud de respuesta y de apasionamiento por la belleza natural, sino por la tendencia lógica de vivir más el presente, que el pasado o el futuro, en síntesis en unas inmensas ganas de vivir, despues de haber sufrido una revelación.

Cualquiera puede tener estas experiencias, ¿quien no siente un mayor aprecio a la vida despues de evitar un choque automovilístico?, ¿quien no se ha sentido empujado a las vías del metro, y sentir que algo le ayudo a no caer?, ¿quien no ha sido objeto de algún resucitador artificial, de esos que hoy abundan en la ciencia médica, como los que dan descargas eléctricas?, ¿quien no se ha visto en peligro de perder la vida porque su avión estuvo a punto de caer?.

Los ejemplos pudieran multiplicarse, vivimos en una sociedad de riesgo.

En estas circunstancias, es cuando en realidad le conferimos un significado especial a la vida, si ello no nos pasa, pensamos en la vida como algo natural, como algo que simplemente esta ahí, no nos acordamos de ella porque es algo que ya esta, pero cuando algo la enturbia, cuando algo la amenaza, entonces es cuando en verdad reaccionamos.







Yo creo que no es necesario estar cerca de la muerte para ver renacer un nuevo sentido a la vida, o empezar con un nuevo sentido de espiritualidad; la muerte es algo terrible, eso es algo conocido, algunos hasta la alaban, otros hasta la veneran, pero lo que si es cierto es que nos causa terror, y como sucede con las cosas no gratas de nuestra niñez, su sensación, la mandamos hasta nuestro inconsciente, para que no nos haga daño, pero que siempre se encontrara ahí, para hacernos daño, aunque nosotros no nos demos cuenta de ello.

Nosotros tenemos miedo a morir, pero también tenemos miedo a vivir.



Una paradoja.



Nos da miedo cuando momentos antes de morir sentimos esa paz y tranquilidad, exenta de dolor, cuando nos sentimos flotando por encima de nuestro propio cuerpo, cuando se nos aparece y atravesamos o viajamos por esa puerta o ese túnel negro y oscuro, en el que al final de el camino veremos una intensa luz blanca, para que de pronto con infinidad de colores y destellos, veamos pasar nuestra vida en segundos.

También sentimos miedo cuando nos enfrentamos con nuestro destino, cuando se nos presenta la oportunidad de vivir, de amar y de ser amados, cuando se nos pide ayuda y no queremos darla, o que aunque queramos hacerlo nos da miedo hacerlo, sentimos pavor por la piedad y la compasión, nos da miedo enfrentarnos con nuestro verdadero yo, sabemos que no nos va a gustar lo que vamos a encontrar, nos da miedo, entonces le rehuimos, nos contentamos con ser como somos, con nuestros múltiples disfraces y máscaras, con nuestra mezquindad y, aunque al lado de nosotros sintamos el amor y la felicidad, de todas formas nos dará miedo enfrentarla.

Pero el agotamiento y el dolor de sentirse solos contra el mundo, acaban por debilitar el poco espíritu que te queda, este nihilismo y perdida del sentido, es necesario cambiarlo. Como decía Confucio, cuando le preguntaron sí en calidad de gobernante, ¿cuál sería su primer acto de gobierno? A lo cual respondió, en mi calidad de gobernante, mi primer acto de gobierno sería el de cambiar el sentido a muchos aspectos del lenguaje, sería el cambiar de nombre a ciertas cosas, así también hay que cambiarle el sentido peyorativo del nihilismo, para que cuando nos aqueje, no lo sintamos como una total perdida de todo aquello que valoramos, sino que nos sirva como eje, como resorte, como propulsor de una nueva perspectiva ante la vida que, nos lleve a nuevas formas de superación y de reflexión.

No es nuestra intención volvernos redentores; todos subimos alguna vez a nuestra montaña, para vivir con nuestra soledad y nuestro espíritu, y bajamos no con el ánimo de enseñar al mundo nuestra sabiduría, no con el ánimo de arrastrar nuevamente nuestro cuerpo entre los hombres, sino que despertamos como Zaratustra, y tratamos de ser como el astro sol, que sin envidia puede contemplar hasta una excesiva felicidad.

¿Pedantería, vanidad, superficialidad?

No seré yo quien juzgue, no seré yo el crucificado, el malentendido: será cada uno de nosotros.

No se trata tampoco, de anunciar al Superhombre.

“Habemos recorrido la distancia que media entre el gusano y el hombre, y aun nos queda mucho de gusano”.

Dice Zaratustra, aún nos queda mucho de mono.

“Yo amo a los que saben extinguirse viviendo, porque esos son los que pasan al otro lado”.

“Amo al que derrocha palabras de oro ante sus obras y cumple siempre con exceso lo que promete, porque quiere perecer”.

“Amo al que es libre de corazón, y de espíritu, porque así no sirve su cabeza más que de entrañas a su corazón y éste le empuja a perecer”.

“El último hombre es el que vive más tiempo..., Hemos descubierto la felicidad, dicen los últimos hombres y guiñan los ojos”

Palabras vacías, necias, dirán muchos, pero no por ello carentes de verdad.

No hay peor ciego que, el que no quiere ver, ni sordo que, el que no quiere oír.

¡Subamos de nuevo a nuestra montaña!

No vivamos encadenados a nuestra caverna, como nos dice Platón, no vivamos encerrados viendo sólo lo que queremos ver, un mundo lleno de apariencias. Los hombres viven encadenados por su ignorancia, y sólo ven el mundo de los objetos materiales, y lo toman como única y verdadera realidad, desconociendo por ello, su origen y su esencia.

La caverna es apariencia y simboliza el estado natural del hombre; la caverna es irrealidad, el sinsentido, el engaño, el egoísmo, la vanidad, el orgullo, el ansia de poder, es el no saber; el problema es: ¿como salir de ella?

La felicidad está fuera de la caverna, pero la lucha es primero dentro de ella, dice Martín Hopenhayn.

¿Cómo se puede ser feliz dentro de una prisión?

El querer salir de esa alegoría, que es la caverna de Platón, se convierte en una tensión; una tensión entre el decidir ser feliz dentro o fuera de la caverna, de entre lo indecible y lo decible, entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero.





Por otra parte:

¿Qué es el bien y qué es el mal?

Una cuestión irreducible, ya que para lo que a unos es el bien, para otros será el mal y viceversa.

Para unos la felicidad radica en ser infeliz, y viceversa. Todo depende de la calidad del cristal con que se mire. Al fin y al cabo una tensión.

Una tensión con la realidad misma, un horizonte trasformado de la felicidad, una individualidad tensionada.

Por eso es que el sabio no pide nada, no sabe nada, para él todo es paz y tranquilidad, todo es armonía y lo refleja en el rostro.

¿Aprender a ser Estoicos?

El estoicismo, se reflejaba en esperar sin desear y sin poder.

Cuando aprendamos a esperar sin desearlo, podremos aprender a ser felices.

No hay que olvidarlo.

Tampoco es una Consideración Intempestiva, como Nietzsche decía, una vida apegada al instante, una renunciación al futuro, a cualquier proyecto y a toda anticipación.

No confundamos. No se trata de vivir el instante, se trata simplemente de vivir tu presente, de saber esperar sin desearlo, de aprender las virtudes de la paciencia, no dentro de la esperanza, que no nos lleva a ninguna parte, ni tampoco del instante, sino del presente, de tu vida misma.

Hagamos lo que queramos, no lo que deseemos, ni lo que esperamos. Vivamos con estoicismo.

Amemos por lo que es, no por lo que esperamos que sea.

Amemos a nuestros hijos, no por lo que esperamos que sean, sino por lo que son.

Queramos vivir, sin desearlo, ni esperarlo, esa puede ser una gran lección.

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