Cuando el final de nuestra existencia aparece de forma imprevista, la vida de uno se muestra ante nuestros ojos en una fracción de segundo.
Aparece lo que hicimos y lo que dejamos de hacer; a los que ayudamos y a los que perjudicamos; aparecen nuestras culpas; nuestra fortaleza se vuelve debilidad; quisiéramos que la vida nos diera la oportunidad de enmendar nuestros errores; de lo que siempre nos sentimos satisfechos ahora parecen ser nuestros principales errores.
Tal es el relato de Sebastián Casals, persona a la que conocí en la cúspide del éxito, hombre generoso y seguro de si mismo, siempre dispuesto a ayudar al prójimo, caritativo, amoroso, virtuoso se podría decir, pero ahora a las puertas de la muerte por una enfermedad terminal -aunque muchos aseguran por haber adquirido el virus del Sida, lo cual se desea ocultar.
No sabe cuando va a morir, lo único que sabe es que puede ser cuestión de días, de semanas o de algunos meses, incertidumbre tal que lo tiene al borde del paroxismo.
Cuando nos conocimos nos resulto sorprendente nuestras afinidades, razón por la cual empezamos a ser amigos, coincidíamos en muchas cosas, nos gustaba mucho hacer el bien, eso era algo que siempre resaltábamos.
Teníamos como regla de vida, que cada día ayudaríamos a alguien que nos lo pidiera y que si nadie lo pedía, nosotros mismos buscaríamos a alguien a quien ayudar.
Que dolor sentí al enterarme de su estado de salud, era como si me estuviera pasando a mi mismo, estaba tan identificado con él que casi sentía lo que él sentía, su dolor era también el mío, por lo que me sorprendió mucho que ahora quisiera sincerarse conmigo en muchas cuestiones que yo ignoraba, según el mismo me dijera.
Ese día, cuando llegue a su casa, como siempre me encontré con muchas de sus amistades y familiares, personas que lo querían y lo respetaban, se podía decir que el suyo era un caso especial, de esos casos raros, en donde alguien no tenia enemigos, sino solo amigos, incluyéndose su esposa e hijos.
Su esposa Marcia me decía siempre, mas que mi esposo siempre ha sido mi amigo, es alguien en el que siempre confié, aun antes de casarme con el; sus hijos reían y jugaban con el, le contaban sus confidencias, inclusive agarraban la pachanga juntos, es una persona maravillosa siempre dispuesto a escucharnos y a darnos un buen consejo, siempre esta cuando lo necesitamos, nos ama y nosotros lo amamos.
Su hijo mayor decía: yo creo que mas que llorar su perdida, será alguien a quien extrañare y a quien recordare siempre con alegría; estará siempre en mis recuerdos los cuales guardare y sacare cuando me encuentre solo y quiera volver a gozarlos otra vez, cuando necesite de su compañía solo me bastara el recordarlo, porque siempre estará conmigo.
Aparece lo que hicimos y lo que dejamos de hacer; a los que ayudamos y a los que perjudicamos; aparecen nuestras culpas; nuestra fortaleza se vuelve debilidad; quisiéramos que la vida nos diera la oportunidad de enmendar nuestros errores; de lo que siempre nos sentimos satisfechos ahora parecen ser nuestros principales errores.
Tal es el relato de Sebastián Casals, persona a la que conocí en la cúspide del éxito, hombre generoso y seguro de si mismo, siempre dispuesto a ayudar al prójimo, caritativo, amoroso, virtuoso se podría decir, pero ahora a las puertas de la muerte por una enfermedad terminal -aunque muchos aseguran por haber adquirido el virus del Sida, lo cual se desea ocultar.
No sabe cuando va a morir, lo único que sabe es que puede ser cuestión de días, de semanas o de algunos meses, incertidumbre tal que lo tiene al borde del paroxismo.
Cuando nos conocimos nos resulto sorprendente nuestras afinidades, razón por la cual empezamos a ser amigos, coincidíamos en muchas cosas, nos gustaba mucho hacer el bien, eso era algo que siempre resaltábamos.
Teníamos como regla de vida, que cada día ayudaríamos a alguien que nos lo pidiera y que si nadie lo pedía, nosotros mismos buscaríamos a alguien a quien ayudar.
Que dolor sentí al enterarme de su estado de salud, era como si me estuviera pasando a mi mismo, estaba tan identificado con él que casi sentía lo que él sentía, su dolor era también el mío, por lo que me sorprendió mucho que ahora quisiera sincerarse conmigo en muchas cuestiones que yo ignoraba, según el mismo me dijera.
Ese día, cuando llegue a su casa, como siempre me encontré con muchas de sus amistades y familiares, personas que lo querían y lo respetaban, se podía decir que el suyo era un caso especial, de esos casos raros, en donde alguien no tenia enemigos, sino solo amigos, incluyéndose su esposa e hijos.
Su esposa Marcia me decía siempre, mas que mi esposo siempre ha sido mi amigo, es alguien en el que siempre confié, aun antes de casarme con el; sus hijos reían y jugaban con el, le contaban sus confidencias, inclusive agarraban la pachanga juntos, es una persona maravillosa siempre dispuesto a escucharnos y a darnos un buen consejo, siempre esta cuando lo necesitamos, nos ama y nosotros lo amamos.
Su hijo mayor decía: yo creo que mas que llorar su perdida, será alguien a quien extrañare y a quien recordare siempre con alegría; estará siempre en mis recuerdos los cuales guardare y sacare cuando me encuentre solo y quiera volver a gozarlos otra vez, cuando necesite de su compañía solo me bastara el recordarlo, porque siempre estará conmigo.
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